La cofradía de San Antonio tiene su origen en Navalperal en 1891, cuando se creó en honor al Santo. Su festividad tiene lugar el día 13 de junio. En la actualidad cuenta con 166 cofrades y tiene su sede en la ermita del Santo. Su objetivo es organizar y mantener viva la tradición de la festividad de San Antonio de Padua.
La tradición cuenta con un rito perfectamente marcado. La tarde anterior al día del Santo, todos los cofrades, precedidos del cetro y el estandarte distintivos de la cofradía y acompañados de la gaita y el tambor asistían a las vísperas que el Sr. cura hacía en latín.
A la salida, entre alegres pasacalles tocados por la gaita y el tambor, así como las constantes explosiones de cohetes y no poca alegría, se dirigían a la casa del cofrade Mayor o Primero, que de las dos formas se le llamaba. Éste era el que portaba el cetro. En su casa se tomaba un pequeño refrigerio de bollos caseros, vino o limonada.
Al día siguiente, fiesta del Santo, muy de mañana recorría la gaita y el tambor todas las calles del pueblo, tocando bonitas dianas y muy alegres pasacalles.
La primera diana que debía tocar era en la casa del cofrade Primero; la segunda, en casa del que portaba el Estandarte; a continuación, en casa del presidente y, seguidamente, por todo el pueblo.
Al primer toque de campanas, que anunciaba la celebración de la Santa Misa en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, se reunían todos los cofrades en casa del Primero y desde allí, unidos y acompañados por la música y entre constantes disparos de cohetes, asistían a los oficios.
Una vez finalizada la Santa Misa se hacía la procesión por varias calles del pueblo para después regresar a su ermita.
Las mandas o regalos que se le hacían al Santo eran múltiples y muy variadas, tales como huevos, pollos, gallos, corderos, terneros y, en dos ocasiones, fueron donados dos toros cebados.
Todos estos regalos eran subastados y, por tanto, se adjudicaban al mejor postor. Concluida la subasta se procedía al sorteo de cargos para el año siguiente.
Los cargos eran el de presidente, primer cetro, estandarte, depositaria, dos alguaciles, dos campaneros, dos pedidores y cuatro llevadores. Una vez terminado el sorteo, quedaba constituida la nueva junta directiva para el año siguiente.
A continuación, y siempre en un ambiente de alegría y hermandad, se iba a repartir los cargos, lo que consistía en hacer la entrega, por parte de los salientes a los entrantes, de los distintivos de la Cofradía, es decir, el cetro y el estandarte.
Se dirigían todos, en primer lugar, a la casa del que le había correspondido ser el Primero. Al llegar dejaba de tocar la música y se hacía un profundo silencio. El cofrade agraciado debía recibir la visita en el mismo quicio de la puerta y, al llegar el portador del cetro, se ponía de rodillas, igual que quien hacía la entrega. Éste debía decir en ese momento algunas palabras, muy diferentes según a quien correspondiera tal honor, pero más o menos eran así:
“Aquí te traigo el cetro de nuestro Santo, que Dios y él te den salud a ti y a tu familia para que lo veas cumplido”.
A estas o parecidas palabras era contestado por el que lo recibía en alta voz: “Gracias, y a ti y a todos los compañeros”. Cuando los dos protagonistas del acto se ponían en pie, estallaba un gran griterío de vivas con estruendo de cohetes.
Justo en ese momento se obsequiaba a todos los presentes con galletas, entre constantes felicitaciones unos a otros. A continuación se dirigían a casa del portador del estandarte y se repetía idéntica ceremonia.
Por la tarde, al toque de campanas, ya en su ermita, se asistía al último día de novena, ocupando los nuevos cargos los bancos preferentes. Allí se cantaba la canción de los pajaritos y después se iba bailando el rondón hasta la plaza.
La misión que cada uno de los cargos debía cumplir durante el año era la siguiente: el presidente, Primero, estandarte y depositario eran los encargados de dirigir la cofradía y administrar sus fondos.
El Primero o cetro, además de colaborar en la administración, era el encargado de tener limpia en todo momento la ermita del Santo y, si observaba algún deterioro, ponerlo en conocimiento para su reparación.
Los alguaciles estaban a las órdenes del presidente y del Primero para dar los avisos que fueran necesarios a los demás cofrades.
Los campaneros, como su nombre indica, eran los encargados de tocar las campanas cuando el presidente se lo mandaba.
Los pedidores eran los que, durante la procesión, recorrían constantemente ésta, provistos de bolsas, canastillos o bandejas solicitando donativos en metálico para el Santo.
Los llevadores eran los encargados de portar a hombros hasta el cementerio a todos los cofrades que durante el año fallecieran, aunque este cargo ya desapareció hace algún tiempo.
Como cofrade se consideraba a hombre y mujer de un mismo matrimonio y, cuando uno de ellos fallecía, todos los gastos de entierro eran sufragados por el resto de los cofrades.
Al día siguiente de la fiesta del Santo se celebraba un funeral religioso por todos los cofrades difuntos. Terminado este acto, se dirigían a la casa del Primero saliente y allí se hacían y se entregaban las cuentas de gastos a pagar por los cofrades, así como de los fondos que tenía el Santo.